¡Hola! Espero que hayáis tenido una buena semana y que, si no ha sido así, se os haya hecho corta. Hoy, como cada domingo, os dejo el relato que he escrito a partir de, en este caso, la ilustración de Tom Ward. Como siempre os digo que os paseis por el blog Galería de una desconocida con la que hago esta sección y escribe cosas geniales. Espero que os guste :)
De pequeños todo resulta una fantasía de la que somos
conscientes solo a medias tintas, la vivimos implicándonos mucho o nada pero
sin saber el por qué o para qué. Hoy, ya mayorcitos, reconozcamos aquello de lo
que nos dimos cuenta hace tiempo pero deseamos que no lo hubiésemos hecho: los
cuentos son mentira, producción de estudios de animación, relatos que nos
ayudan a irnos a dormir tras los que se esconde una persona que busca conjurar
palabras con las que introducirnos valores.
Entretejen de forma cuidadosa lo que quieren que aprendamos
y dejan en la postproducción lo que no es políticamente correcto para nuestra
edad. Muchos pensareis que detrás de las cámaras se encontraban las drogas, el
sexo o el dinero, yo digo que se encontraba el aprender a quererse a uno mismo.
Todas teníamos nuestro cuento favorito de pequeños, aquella cinta
de La bella y la bestia, Blancanieves o El rey león que no dejaba de
introducirse en el aparatito rectangular que habitaba bajo nuestra televisión y
sobre el que se acumulaba el polvo que nuestra madre, plumero en mano y chupete
en el bolsillo, intentaba erradicar cada semana.
Los cuentos nos hacían sentir en otro mundo; nos mostraban
cómo trepar torres sobre un pelo larguísimo, volar, vivir en la selva o hablar
con finas tazas de porcelana. Lástima que entre tanta aventura no cupiese un
poco de amor propio y menos utopía de amor romántico. Ahora veo que no solo la
Cenicienta se merece un vestido nuevo y bonito con el que pueda sentirse
cómoda, también lo necesita esa “malvada bruja” que cada mañana se atormenta
pensando que no es suficiente. Quizás necesitamos tirar ese espejo parlante a
la mierda porque lo único que hace es guiarse por el cuerpo normativo que
impone la sociedad patriarcal para decidir quién es guapa o no, ¿no pensáis que
ese tío de cara translucida no tiene el más mínimo derecho de decir quién es la
más bella? Si no va a decir nada útil, le montraría lo bien que queda en su
cara la suela de los zapatos bajos que le pensaba agenciar a Cenicienta para su
baile. Los zapatos de cristal se los reservo al príncipe ya que le gustan tanto
y que, con ellos, pretenda estar hasta
las doce de la noche, a ver cuánto aguanta.
Y aunque las bromas se cuelen en el relato la verdad está
ahí: basta de envenenarnos desde pequeñas con que tenemos que luchar entre nosotras y vernos como rivales solo por un hombre. Gracias a muchos cuentos hoy
gran parte de las mujeres somos brujas, pero ahora con orgullo. Yo soy bruja
porque tengo poder y también inseguridades, pero ahora he cambiado mi espejo;
en él ya no me espera el tonto de turno para decirme con una simple mueca si me
veo bien o mal para él, ahora me veo yo, me miro a los ojos y me digo “Estás
preciosa, te espera un día en el que pueden pasar mil cosas y espero que así
sea, pero hay una que no voy a dejar que cambie, y es la percepción que tengo
sobre mí misma.” Y, para aquellas que todavía cuentan con ese espejo que ni si
quiera permite mirarse a una misma, yo estaré ahí, siendo tu recordatorio diario
de que no hay nada que arreglar porque siempre fuiste y serás correcta, válida,
suficiente y capaz de amarte y amar a los que te quieran tal y como eres.