domingo, 23 de julio de 2017

Decorando con apalabras #3

¡Hola! Espero que hayáis tenido una buena semana y que, si no ha sido así, se os haya hecho corta. Hoy, como cada domingo, os dejo el relato que he escrito a partir de, en este caso, la ilustración de Tom Ward. Como siempre os digo que os paseis por el blog  Galería de una desconocida con la que hago esta sección y escribe cosas geniales. Espero que os guste :)







De pequeños todo resulta una fantasía de la que somos conscientes solo a medias tintas, la vivimos implicándonos mucho o nada pero sin saber el por qué o para qué. Hoy, ya mayorcitos, reconozcamos aquello de lo que nos dimos cuenta hace tiempo pero deseamos que no lo hubiésemos hecho: los cuentos son mentira, producción de estudios de animación, relatos que nos ayudan a irnos a dormir tras los que se esconde una persona que busca conjurar palabras con las que introducirnos valores.

Entretejen de forma cuidadosa lo que quieren que aprendamos y dejan en la postproducción lo que no es políticamente correcto para nuestra edad. Muchos pensareis que detrás de las cámaras se encontraban las drogas, el sexo o el dinero, yo digo que se encontraba el aprender a quererse a uno mismo.

Todas teníamos nuestro cuento favorito de pequeños, aquella cinta de La bella y la bestia, Blancanieves o El rey león que no dejaba de introducirse en el aparatito rectangular que habitaba bajo nuestra televisión y sobre el que se acumulaba el polvo que nuestra madre, plumero en mano y chupete en el bolsillo, intentaba erradicar cada semana.

Los cuentos nos hacían sentir en otro mundo; nos mostraban cómo trepar torres sobre un pelo larguísimo, volar, vivir en la selva o hablar con finas tazas de porcelana. Lástima que entre tanta aventura no cupiese un poco de amor propio y menos utopía de amor romántico. Ahora veo que no solo la Cenicienta se merece un vestido nuevo y bonito con el que pueda sentirse cómoda, también lo necesita esa “malvada bruja” que cada mañana se atormenta pensando que no es suficiente. Quizás necesitamos tirar ese espejo parlante a la mierda porque lo único que hace es guiarse por el cuerpo normativo que impone la sociedad patriarcal para decidir quién es guapa o no, ¿no pensáis que ese tío de cara translucida no tiene el más mínimo derecho de decir quién es la más bella? Si no va a decir nada útil, le montraría lo bien que queda en su cara la suela de los zapatos bajos que le pensaba agenciar a Cenicienta para su baile. Los zapatos de cristal se los reservo al príncipe ya que le gustan tanto y que, con ellos,  pretenda estar hasta las doce de la noche, a ver cuánto aguanta.

Y aunque las bromas se cuelen en el relato la verdad está ahí: basta de envenenarnos desde pequeñas con que tenemos que luchar entre nosotras y vernos como rivales solo por un hombre. Gracias a muchos cuentos hoy gran parte de las mujeres somos brujas, pero ahora con orgullo. Yo soy bruja porque tengo poder y también inseguridades, pero ahora he cambiado mi espejo; en él ya no me espera el tonto de turno para decirme con una simple mueca si me veo bien o mal para él, ahora me veo yo, me miro a los ojos y me digo “Estás preciosa, te espera un día en el que pueden pasar mil cosas y espero que así sea, pero hay una que no voy a dejar que cambie, y es la percepción que tengo sobre mí misma.” Y, para aquellas que todavía cuentan con ese espejo que ni si quiera permite mirarse a una misma, yo estaré ahí, siendo tu recordatorio diario de que no hay nada que arreglar porque siempre fuiste y serás correcta, válida, suficiente y capaz de amarte y amar a los que te quieran tal y como eres. 

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