domingo, 9 de julio de 2017

Decorando con palabras #1




¡Hola! Hoy traigo nueva sección, en este caso en colaboración con mi amiga del blog Galería de una desconocida. Esta consiste en que algún amigo/a o familiar escoge una foto por nosotras y a partir de ella tenemos que escribir lo que nos inspire. No hay un número fijo de palabras que debamos escribir ni ningún estilo en concreto, simplemente consiste en dejarse llevar.

 En este caso nuestra primera foto es la siguiente:





Querido Lucas:

Te estarás preguntando qué hace una carta dirigida hacia ti en la mesa del salón, donde debería de estar esa figurita que te empeñaste en comprar en aquel mercadillo que circundaba el paseo marítimo y que sabías que me parecía de lo más bizarra. La respuesta la tienes aquí, porque al igual que antes no me callé lo que sentía, pienso que no sería justo que lo hiciese ahora.

¿Recuerdas ese paraguas rojo? Él fue el detonador de todo. Tú ibas caminando por la calle con tus amigos y yo acababa de salir de ayudar a mi madre con el tedioso papeleo de la tienda. Bajo la incipiente lluvia abrí aquel paraguas que me había entregado ella al ver que el chaparrón no arreciaba y me esperaba un largo camino hasta casa. En ese momento solo viste cómo me iba alejando por la acera intentando que mis botas pisasen el menor número de charcos mientras corría calle abajo, hasta que me convertí en un puntito carmesí en el horizonte, junto a otros puntitos de colores tras los que se resguardaban el resto de los transeúntes.

Tú, que caminabas detrás charlando sobre los planes de aquella noche; yo, con la cabeza puesta en los minutos que quedaban para que saliese el último tren hacia casa. En ningún momento pensamos que estaba aguardándonos nada juntos, desconocíamos la existencia de ese “nosotros”. Pero el destino quiso volver a juntarnos esa noche cuando yo, en un intento de devolverle el favor a mi compañera de piso, finalmente accedí a acompañarla al bar de abajo a por la cena de aquella noche. Allí os vio a vosotros, sus antiguos compañeros del instituto, y allí nos vimos nosotros: la chica que esquivaba charcos y el chico que fijó sus ojos avellana en ella. De esa forma fue cómo, meses después, comenzó nuestra relación: de camino al bar que siempre solíamos visitar con nuestros amigos esas noches en las que el frío acompañaba a entrar en algún local para mantener la charla.

A partir de ahí todo pasó muy rápido. Surgió el amor y tras cumplir nuestro primer año como novios decidimos que debíamos de probar la convivencia juntos. De ese modo acabamos escogiendo un pequeño piso a las afueras de la ciudad porque nos aportaba “calma e intimidad”. Esa fue nuestra primera raíz (pero no la única) que creció bajo nuestros pies. Conforme las demás fueron apareciendo, estas se extendieron de un lado a otro como si quisieran tocar y sentir todo lo que había a nuestro alrededor; todo aquello que solo podíamos alcanzar tú y yo.

Recibimos la vida adulta juntos, cogidos de la mano y a pasitos cortos pero confiados que auguraban un camino placentero simplemente porque nos teníamos el uno al otro. Todas las mañanas al abrir los ojos y encontrarte tendido a mi lado me recordaba lo afortunada que era; haber dado con alguien que me entendiese y me acompañase durante el camino no era algo sencillo y aún así ahí estabas, vulnerable y confiado junto a mí.

Pero al igual que no todo lo malo dura siempre, al tiempo descubrí que tampoco lo hace todo lo bueno. Amanecimos en una misma dirección pero para cuando se pone el sol me encuentro más distanciada de ti, nuestros caminos divergen aunque siento como intentas mantenerlos juntos. Ahora es mi turno de repetir aquellas palabras que una vez me dedicaste, esa tarde de verano, cuando intentaba que aquel perro callejero se acercase a mí: “Cariño, no lo fuerces. A veces simplemente no se está preparado.” Y ahora lo entiendo. De la misma forma que ese perro se alejó por una vida falta de caricias, hoy yo me alejo por una relación que estuvo llena de un amor que en algún momento dejó de alcanzarme.

No podré culparte a ti, nunca podría, pero tampoco puedo culparme a mí. Intentar que los sentimientos sean siempre los mismos es como intentar que las hojas de los árboles no cambien con la entrada de cada estación; es tedioso a la par que imposible. Hoy el recuerdo de lo que una vez fuimos me inunda de un sentimiento cálido que no podré olvidar nunca, por lo que siempre te estaré agradecida por aquel tiempo en el que ambos logramos sobrevivir simplemente alimentándonos el uno del otro, haciendo que esas raíces nos mantuviesen estables ante las inclemencias de la vida.

No quiero que veas esta carta como un “adiós” sino como un “gracias”. La figurita de la disputa está donde tú siempre quisiste ponerla, en la cómoda del dormitorio para que, como tú decías para molestarme:“tengamos algo que aporte un poco de estilo a la habitación”. Ahora podrás verla cuando te tumbes en la cama y acordarte de que, a veces, los cambios no están tan mal; que aunque yo ya no esté a tu lado contemplándola, algún día estará otra chica maravillosa haciéndolo porque personas como tú están destinadas a compartir su vida con alguien y, al parecer, el destino no estaba preparado para que esa fuese yo.


 Firmado:
                         La chica del paraguas rojo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario