lunes, 7 de agosto de 2017

El monstruo ha llegado.

Mamá, el monstruo duerme detrás de mí y, sin permiso, cuando abre sus párpados para mostrarme sus cuencas vacías,  se cuela dentro de mi mente. Entonces es cuando empieza la tormenta. 


Siempre estás ahí. Noto tu presencia a mis espaldas a pesar de que ya han pasado años desde la primera vez que apareciste. Odioso y paralizante, te has dedicado a ir robando sonrisas y a aumentar las respiraciones superficiales y angustiosas. Te dedicas a tomar forma de habitación sin puertas ni ventanas, no hay una sola rendija que me permita respirar un aire distinto al viciado y pegajoso que reina en tu pútrida presencia.

Te apoderas de mí como si estuvieses jugando a las marionetas, en un momento me llenas de miedo controlando lo poco que soy  y en otro me sueltas, dejándome tirada en el suelo sin forma alguna, dependiente e inútil, vacía de vida y llena de pesadillas. Prometiste que pasarías desapercibido, que solo serías una aparición esporádica contra la que luchar unas pocas veces al año. Pero eres un mentiroso, vuelves cada día a devorarme, y lo haces;  me devoras con dientes afilados que rasgan y deshacen de forma que nunca logro reunir partes con las que reconstruirme. Soy solo restos, deshechos sin nombre ni lugar. Ya no estoy ahí, ni aquí, ni en ningún lado; simplemente paso a ser parte de ti, de la basura que dejas a tu paso.

No hay día que no me pasa por la cabeza un “No lo pienses, déjalo ir. No lo pienses, por favor” porque sé que si me permito pensarlo vuelves y cuando regresas tus garras se clavan en mi espalda, aprovechando los surcos que dejaste en visitas anteriores. Y entonces tardo horas, días o semanas en conseguir que te vayas, que liberes tus uñas de mi carne y dejes que la sangre simplemente resbale por la piel en carne viva que hace años solo era espalda y que ahora se ha convertido en el lugar desde el que, como un buitre, me despedazas.

Ojalá no volvieses. Ojalá nunca hubieses llegado. Ojalá no tuviese que derramar más lágrimas por ti. Solo sabes cogerme de la mano y llevarme por caminos apartados faltos de luz y de vida. Cuando te vas y me quedo sola no tengo voz para llamar a nadie y, si llena de vergüenza y desprecio por mí misma mis cuerdas emiten un sonido, no puede salir más que llanto porque es lo único de lo que estoy hecha por tu culpa.

Ya te has llevado mucho de mí, cosas que jamás podré recuperar y sin las que sin duda mi vida nunca va a ser como la de cualquier otra persona. Me has golpeado fuerte, derrochando maldad y amargura pero, por favor, es suficiente. Para, no vuelvas. No me hagas enseñarle a mamá que hay monstruos que no se van ni con las luces encendidas.

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